Haz de tus hijos pequeños lectores, con cuentos que despertarán su imaginación y su amor por la lectura.

ESPECIAL HALLOWEEN: LAS BRUJAS (VI), de Roald Dahl

11. METAMORFOSIS

Recuerdo que pensé: "¡Ya no tengo escapatoria! Aunque echase a correr y consiguiese esquivarlas a todas, ¡no podría salir porque las puertas tienen cadena y cerrojo! ¡Estoy acabado! ¡Estoy hundido! Oh, abuela, ¿qué van a hacer conmigo?".
© Unknown
Miré a mi alrededor y vi la espantosa cara, empolvada y pintada, de una bruja, que me estaba mirando, y la cara abrió la boca y chilló, triunfante.
—¡Está aquí! ¡Está detrás del biombo! ¡Venid a cogerle!
La bruja extendió una mano enguantada y me agarró por el pelo, pero yo me solté y me aparté de un salto. Corrí, ¡cómo corrí! ¡El terror ponía alas en mis pies! Volé siguiendo la pared del Salón de Baile y ninguna de ellas tuvo la posibilidad de atraparme. Cuando llegué a las puertas, me paré y traté de abrirlas, pero la gruesa cadena sujetaba los picaportes y ni siquiera pude sacudirla.

Las brujas no se molestaron en perseguirme. Se limitaron a quedarse en grupitos, observándome y sabiendo con certeza que yo no tenía medio de escapar. Varias de ellas se taparon la nariz con sus dedos enguantados y hubo gritos de «¡Puuff! ¡Qué peste! ¡No podemos aguantarlo mucho rato!».

—¡Pues coguedle, idiotas! —chilló La Gran Bruja desde la tarima—. ¡Desplegarros en fila a lo ancho de la sala, avansad y aprresadlo! ¡Acorralar a ese asquerroso crrío y agarrradlo y trraédmelo aquí!
Las brujas se desplegaron como ella les había dicho. Avanzaron hacia mí, unas por un lado, otras por el otro, y algunas más por el centro, entre las filas de sillas vacías. Era inevitable que me cogieran. Me tenían acorralado. De puro terror me puse a chillar.
—¡Socorro! —chillé, volviendo la cabeza hacia las puertas en la esperanza de que alguien me oyera—. ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socoorroo!
—¡Coguedle! ¡Agarrradle! ¡Que parre de grritarr!
Entonces se me echaron encima y cinco de ellas me agarraron por los brazos y las piernas y me alzaron del suelo. Yo continué gritando, pero una me tapó la boca con una mano enguantada y me hizo callar.

—¡Trrraedle aquí! —gritó La Gran Bruja—. ¡Trrraedme a ese gusano entrrometido!
Me llevaron en volandas, de cara al techo, sostenido por muchas manos que aferraban mis brazos y piernas. Vi a La Gran Bruja alzándose por encima, sonriendo de la manera más horrible. Levantó el frasco azul de Ratonizador y dijo:
—¡Ahorra la medicina! ¡Tapadle la narris parra que abrra la boca!
Unos fuertes dedos me apretaron la nariz. Mantuve la boca bien cerrada y contuve el aliento. Pero no pude resistir durante mucho tiempo. Me estallaba el pecho. Abrí la boca para aspirar una gran bocanada de aire y al hacerlo... ¡La Gran Bruja me echó por la garganta todo el contenido del frasquito!

¡Qué dolor y qué ardor! Era como si me hubieran vertido en la boca una olla de agua hirviendo. ¡Sentía un incendio en la garganta! ¡Luego, muy rápidamente, la sensación quemante, abrasadora, se extendió por mi pecho y bajó al estómago y siguió por los brazos y las piernas y por todo mi cuerpo! Grité y grité, pero una vez más la mano enguantada me tapó la boca. Después sentí que mi piel empezaba a apretarme. ¿Cómo podría describirlo? Era literalmente como si la piel de todo mi cuerpo, desde la coronilla hasta las puntas de los dedos de las manos y de los pies, ¡se contrajera y se encogiese! Yo me sentía como si fuese un globo y alguien estuviese retorciendo el extremo del globo, retorciéndolo y retorciéndolo, y el globo se hacía cada vez más pequeño y la piel se ponía cada vez más tirante y pronto iba a estallar.

Entonces empezó el estrujamiento. Esta vez era como si estuviese dentro de una armadura y alguien estuviera dando vueltas a una tuerca, y con cada vuelta de tuerca, la armadura se hacía más y más pequeña, y me estrujaba como a una naranja, convirtiéndome en una pulpa deshecha y haciendo que el jugo se me saliera por los costados.
Después vino una sensación de picor rabioso por toda la piel (o lo que quedaba de ella), como si miles de agujitas se abrieran paso a través de la superficie de mi piel desde dentro, y esto era, ahora me doy cuenta, que me estaba creciendo el pelo de ratón.

ESPECIAL HALLOWEEN: LAS BRUJAS (V), de Roald Dahl

Nueva entrega de nuestro librito de cabecera esta semana previa de Halloween: Las Brujas, de Roald Dahl. Puedes encontrar las entradas anteriores aquí: 1, 2, 3 y 4.

¡Feliz domingo!


9. LA RECETA

Espero que no hayáis olvidado que, mientras sucedía todo esto, yo seguía escondido detrás del biombo, a gatas y con un ojo pegado a la rendija. No sé cuánto tiempo llevaba allí, pero me parecía que eran siglos. Lo peor era no poder toser ni hacer el menor ruido, y saber que, si lo hacía, podía darme por muerto. Y durante todo el rato, estaba en permanente terror de que una de las brujas de la última fila percibiera mi presencia por el olor, gracias a esos agujeros de la nariz tan especiales que tenían.

Mi única esperanza, según yo lo veía, era el hecho de no haberme lavado desde hacía varios días. Eso y la interminable excitación, aplausos y griterío que reinaba en la sala. Las brujas sólo pensaban en La Gran Bruja y en su gran plan para eliminar a todos los niños de Inglaterra. Ciertamente, no estaban olfateando el rastro de un niño en aquel salón. Ni en sueños (si es que las brujas sueñan) se les hubiera ocurrido esa posibilidad a ninguna de ellas. Me quedé quieto y recé.

© Unknown
La Gran Bruja había terminado su perversa canción y el público estaba aplaudiendo enloquecido y gritando:
—¡Magnífica! —¡Maravillosa!
—¡Sois un genio, oh, Talentuda! ¡Extraordinario, este Ratonizador de Acción Retardada! ¡Es un éxito! —¡Y lo más hermoso es que serán los profesores quienes se carguen a los apestosos críos! ¡No seremos nosotras! ¡Nunca nos cogerán!
—¡A las brugas nunca las coguen! —dijo La Gran Bruja, cortante—. ¡Atención ahorra! Quierro que todo el mundo prreste atención, ¡porrque estoy a punto de decirros lo que tenéis que hacerr parra prreparrarr la Fórrmula 86 Rratonisadorr de Acción Rretarrdada!

De pronto, se oyó una exclamación, seguida de un alboroto de chillidos y gritos, y vi a muchas de las brujas levantarse de un brinco y señalar a la tarima, gritando:
—¡Ratones! ¡Ratones! ¡Ratones! ¡Lo ha hecho como demostración! ¡La Talentuda ha convertido a dos niños en ratones y ahí están!
Miré hacia la tarima. Allí estaban los ratones, efectivamente. Eran dos y estaban correteando cerca de las faldas de La Gran Bruja. Pero no eran ratones de campo, ni ratones de casa. ¡Eran ratones blancosl Los reconocí inmediatamente. ¡Eran mis pobrecitos Guiller y Mary!
—¡Ratones! —gritaron las brujas—. ¡Nuestra jefa ha hecho aparecer ratones de la nada! ¡Traed ratoneras! ¡Traed queso!

Vi a La Gran Bruja mirando fijamente al suelo y observando, con evidente desconcierto, a Guiller y Mary. Se agachó para verlos más de cerca. Luego se enderezó y gritó:
—¡Silencio!
El público se calló y volvió a sentarse.
—¡Estos rratones no tienen nada que verr conmigo! —dijo—. ¡Estos rrratones son rrratones domesticados! ¡Es evidente que estos rrratones perrtenecen a algún rrrepelente crrío del hotel! ¡Serrá un chico con toda seguridad, porrque las niñas no tienen rrratones domesticados!
—¡Un chico! —gritaron las otras—. ¡Un chico asqueroso y maloliente! ¡Le destrozaremos! ¡Le haremos pedazos! ¡Nos comeremos sus tripas de desayuno!
—¡Silencio! —gritó La Gran Bruja, levantando las manos—. ¡Sabéis perrfectamente que no debéis hacerr nada que llame la atención sobrre vosotrras mientrras estéis viviendo en el hotel! Deshagámonos de ese apestoso enano, perro con mucho cuidado y discrreción, porrque, ¿acaso no somos todas rrrespetabilíísimas damas de la Real Sociedad para la Prrevención de la Crrueldad con los Niños?
—¿Qué proponéis, oh Talentuda? —gritaron las demás—. ¿Cómo debemos eliminar a ese pequeño montón de mierda?

Están hablando de mí, pensé. Estas mujeres están hablando de cómo matarme. Empecé a sudar.

—Sea quien sea, no tiene imporrtancia —anunció La Gran Bruja—. Degádmelo a mí. Yo le encontrrarré porr el olorr y le convertirré en una trrucha y harré que me lo sirrvan para cenarr.
—¡Bravo! —exclamaron las brujas—. ¡Córtale la cabeza y la cola y fríelo en aceite bien caliente!

Podéis imaginar que nada de esto me hizo sentirme muy tranquilo. Guiller y Mary seguían correteando por la tarima y vi a La Gran Bruja apuntar una veloz patada a Guiller. Le dio justo con la punta del pie y lo envió volando por los aires. Luego hizo lo mismo con Mary. Tenía una puntería extraordinaria. Hubiera sido un gran futbolista. Los dos ratones se estrellaron contra la pared, y durante unos momentos se quedaron atontados. Luego reaccionaron y huyeron.