Haz de tus hijos pequeños lectores, con cuentos que despertarán su imaginación y su amor por la lectura.

CUENTOS CLÁSICOS: BLANCANIEVES Y LOS 7 ENANITOS, de los Hermanos Grimm + DIY

Empezamos la semana con un cuento clásico y una novedad, que creo que os va a gustar mucho.

Y es que este fin de semana, pensando en maneras de hacer más divertido y variado el blog, me acordé de lo mucho que me gustaban las manualidades en el cole, y entonces se me ocurrió una idea: ¿por qué no unir las dos cosas? A los niños les encanta fabricar artefactos, y no siempre se nos ocurren cosas que hacer con ellos.

Así que desde hoy iréis encontrando manualidades fáciles que podréis hacer con los peques y que os servirán para contar mejor las historias.

Y ya sin más, inaugurando el nuevo formato, os presento el cuento de Blancanieves y los 7 enanitos, de los Hermanos Grimm.

¡Que os divirtáis!

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© Oollnoxlloo
Era un crudo día de invierno, y los copos de nieve caían del cielo como blancas plumas. La Reina cosía junto a una ventana, cuyo marco era de madera negra de ébano. Y como mientras cosía miraba caer los copos, con la aguja se pinchó un dedo y tres gotas de sangre fueron a caer sobre la nieve.


El rojo de la sangre destacaba bellamente sobre el fondo blanco, y ella pensó: «¡Ah, si pudiese tener una hija que fuese blanca como nieve, sonrosada como sangre y de cabello negro como el ébano de esta ventana!».

No mucho tiempo después, le nació una niña que era blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y de cabello negro como la madera de ébano; y por eso le pusieron por nombre Blancanieves. Pero al nacer ella, murió la Reina.

Un año más tarde, el Rey volvió a casarse. La nueva Reina era muy bella, pero malvada y envidiosa, y no soportaba que nadie le ganase en hermosura. 

Tenía un espejo prodigioso, y cada vez que se miraba en él, le preguntaba:
- Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?
Y el espejo le contestaba invariablemente:
- Señora Reina, vos sois la más hermosa en todo el país. 
La Reina quedaba satisfecha, pues sabía que el espejo decía siempre la verdad.

Pasó el tiempo y Blancanieves fue creciendo, haciéndose más bella cada día. Cuando cumplió los siete años, era tan hermosa como la luz del día, y mucho más que la misma Reina.

Un día, al preguntarle la Reina al espejo: 
- Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?
El espejo respondió:
- Señora Reina, vos sois como una estrella, pero Blancanieves es mil veces más bella.  
La Reina palideció de envidia y, desde entonces, cada vez que veía a Blancanieves se le revolvía el corazón; tal era el odio que abrigaba contra ella.

Un día, llamó a un montero y le dijo:
- Llévate a la niña al bosque; no quiero tenerla más tiempo ante mis ojos. La matarás, y en prueba de haber cumplido mi orden, me traerás sus pulmones y su hígado. 
El cazador obedeció y se marchó al bosque con la muchacha. Pero cuando se disponía a clavar su cuchillo en el inocente corazón de la niña, ésta se echó a llorar:
- ¡Piedad, buen cazador, déjame vivir! -suplicaba-. Me quedaré en el bosque y jamás volveré a palacio. 
Y era tan hermosa que el cazador, apiadándose de ella, le dijo:
- ¡Márchate, pues, pobrecilla! 
Y pensó: «No tardarán las fieras en devorarte». Sin embargo, le pareció como si se le quitase una piedra del corazón al no tener que matarla. Buscó por allí un jabatillo, lo sacrificó, le sacó los pulmones y el hígado, y se los llevó a la Reina como prueba de haber cumplido su mandato.

La pobre niña se encontró sola y abandonada en el inmenso bosque. Se moría de miedo, y el menor movimiento de las hojas de los árboles le daba un sobresalto. No sabiendo qué hacer, echó a correr entre espinos y piedras puntiagudas, y los animales de la selva pasaban saltando por su lado. Siguió corriendo mientras la llevaron los pies y hasta que se ocultó el sol. Entonces vio una casita y entró en ella para descansar.

Todo era diminuto en la casita, pero tan primoroso y limpio, que no hay palabras para describirlo. Había un mesita cubierta con un mantel blanquísimo, con siete minúsculos platitos y siete vasitos; y al lado de cada platito había su cucharilla, su cuchillito y su tenedorcito. Alineadas junto a la pared veíanse siete camitas, con sábanas de inmaculada blancura.

Blancanieves, como estaba muy hambrienta, comió un poquitín de legumbres y un bocadito de pan de cada platito, y bebió una gota de vino de cada copita, pues no quería tomarlo todo de uno solo. Luego, sintiéndose muy cansada, quiso echarse en una de las camitas; pero ninguna era de su medida: resultaba demasiado larga o demasiado corta; hasta que, por fin, la séptima le vino bien; se acostó en ella y se quedó dormida.

Cerrada ya la noche, llegaron los dueños de la casita, que eran siete enanos que se dedicaban a excavar minerales en el monte. Encendieron sus siete lamparillas y, al iluminarse la habitación, vieron que alguien había entrado en ella, pues las cosas no estaban en el orden en que ellos las habían dejado al marcharse. 
Dijo el primero:
- ¿Quién se sentó en mi sillita?
El segundo:
- ¿Quién ha comido de mi platito?
El tercero:
- ¿Quién ha cortado un poco de mi pan?
El cuarto:
- ¿Quién ha comido de mi verdurita?
El quinto:
- ¿Quién ha pinchado con mi tenedorcito?
El sexto:
- ¿Quién ha cortado con mi cuchillito?
Y el séptimo: 
- ¿Quién ha bebido de mi vasito?

Luego el primero, dándose una vuelta por la habitación y viendo un pequeño hueco en su cama, exclamó alarmado:
- ¿Quién se ha subido en mi camita? 
Acudieron corriendo los demás y exclamaron todos: "¡Alguien estuvo echado en la mía!"
Pero el séptimo, al examinar la suya, descubrió a Blancanieves dormida en ella. Llamó entonces a los demás, los cuales acudieron presurosos y no pudieron reprimir sus exclamaciones de admiración cuando, acercando las siete lamparillas, vieron a la niña.
- ¡Oh, Dios mío; oh, Dios mio! —decían—. ¡Qué criatura más hermosa! 
Y fue tal su alegría, que decidieron no despertarla, sino dejar que siguiera durmiendo en la camita. El séptimo enano se acostó junto a sus compañeros, una hora con cada uno, y así transcurrió la noche.

Al clarear el día despertó Blancanieves y, al ver a los siete enanos, tuvo un sobresalto. Pero ellos la saludaron afablemente y le preguntaron: 
- ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Blancanieves.
- ¿Y cómo llegaste a nuestra casa?
Entonces ella les contó que su madrastra había dado orden de matarla, pero que el cazador le había perdonado la vida, y ella había estado corriendo todo el día hasta que, al atardecer, encontró la casita.
Dijeron los enanos:
- ¿Quieres cuidar de nuestra casa? Si es así, puedes quedarte con nosotros y nada te faltará.
- ¡Sí! -exclamó Blancanieves- Con mucho gusto.
Y se quedó con ellos.

A partir de entonces, cuidaba la casa con todo esmero. Por la mañana, ellos salían a la montaña en busca de mineral y oro, y al regresar por la tarde, encontraban la comida preparada. 
Pero durante todo el día la niña se quedaba sola, así que los buenos enanitos le advirtieron:
- Guárdate de tu madrastra, que no tardará en saber que estás aquí. ¡No dejes entrar a nadie!

La Reina, entretanto, que creía muerta a Blancanieves, vivía segura de volver a ser la primera en belleza. 
Un día se acercó al espejo y le preguntó:
- Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?
Y respondió el espejo: 
- Señora Reina, vos sois aquí como una estrella; pero mora en la montaña, con los enanitos, Blancanieves, que es mil veces más bella.
La Reina se sobresaltó, pues sabía que el espejo jamás mentía, y se dio cuenta de que el cazador la había engañado, y que Blancanieves no estaba muerta. Pensó entonces otra manera de deshacerse de ella, pues mientras hubiese en el país alguien que la superase en belleza, la envidia no la dejaba reposar. 
- ¡Blancanieves morirá! -gritó- Aunque me haya de costar a mí la vida.
Y, bajando a una cámara secreta donde nadie tenía acceso sino ella, preparó una manzana con un veneno mortal. Por fuera era preciosa, blanca y sonrosada, capaz de hacer la boca agua a cualquiera que la viese. Pero un solo bocado significaba la muerte segura. 
Cuando tuvo preparada la manzana, se pintó la cara, se vistió de campesina y se encaminó a las siete montañas, a la casa de los siete enanos. 
Llamó a la puerta, Blancanieves asomó la cabeza a la ventana y dijo:
- ¿Qué quiere? No debo abrir a nadie; los siete enanitos me lo han prohibido.
- Traigo manzanas. Mira, te regalo una.
- No -contestó la niña-, no puedo aceptar nada.
- ¿Temes acaso que te envenene? Mira -cortó la manzana en dos mitades- : tú te comes la parte roja, y yo, la blanca.
La fruta estaba preparada de modo que sólo el lado encarnado tenía veneno. Blancanieves miraba la fruta con ojos codiciosos, y cuando vio que la campesina la comía, no pudo ya resistir. Alargó la mano y cogió la mitad envenenada. Pero no bien se hubo metido en la boca el primer trocito, cayó en el suelo muerta. 
La Reina le lanzó una mirada de rencor y, echándose a reír se marchó. Al llegar a palacio, preguntó al espejo:
- Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?
Y el espejo, le respondió:
- Señora Reina, vos sois la más hermosa en todo el país.
Y así se aquietó su envidioso corazón, suponiendo que un corazón envidioso pueda aquietarse.

Los enanitos, al volver a su casa aquella noche, encontraron a Blancanieves tendida en el suelo, sin que de sus labios saliera el hálito más leve. Estaba muerta. La tumbaron en su cama y los siete, sentándose alrededor, la estuvieron llorando por espacio de tres días. Luego pensaron en darle sepultura, pero viendo que el cuerpo se conservaba lozano, como el de una persona viva, y que sus mejillas seguían sonrosadas, dijeron:
- No podemos enterrarla en el seno de la negra tierra. 
Y mandaron fabricar una caja de cristal transparente que permitiese verla desde todos lados. 
La colocaron en ella y grabaron su nombre con letras de oro: «Princesa Blancanieves». Después transportaron el ataúd a la cumbre de la montaña, y uno de ellos, por turno, estaba siempre allí haciéndole vela. Hasta los animales acudieron a llorar a Blancanieves; primero, una lechuza; luego, un cuervo y, finalmente, una palomita.

Y así estuvo Blancanieves mucho tiempo, reposando en su cajita de cristal, como dormida, pues seguía siendo blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y con el cabello negro como el ébano.

Sucedió, sin embargo, que un príncipe que se había metido en el bosque, se dirigió a la casa de los enanitos para pasar la noche. Vio en la montaña la caja que contenía a la hermosa Blancanieves y leyó la inscripción grabada con letras de oro. Dijo entonces a los enanos:
- Dadme la caja, os pagaré por lo que me pidáis. 
Pero los enanos contestaron:
- Ni por todo el oro del mundo la venderíamos.
- En tal caso, regaládmelo -propuso el príncipe-, pues ya no podré vivir sin ver a Blancanieves. La honraré y reverenciaré como a lo que más quiero. 
Al oír estas palabras, los hombrecillos sintieron compasión del príncipe y le regalaron la caja. 
El príncipe mandó que sus criados la transportasen en hombros. Pero ocurrió que en el camino tropezaron, y de la sacudida saltó del cuello de Blancanieves el bocado de la manzana envenenada, que todavía tenía atragantado. Y así, la princesa abrió los ojos y recobró la vida. levantó la tapa de su caja de cristal, se incorporó y dijo:
- ¡Dios Santo! ¿dónde estoy? 
Y el príncipe le respondió, loco de alegría:
- Estás conmigo -y, después de explicarle todo lo ocurrido, le dijo-. Te quiero más que a nadie en el mundo. Vente al castillo de mi padre y serás mi esposa. 
Blancanieves aceptó y se marchó con él al palacio, donde en seguida se dispuso la boda que debía celebrarse con gran magnificencia y esplendor.

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